La historia de los judíos I by Simon Schama

La historia de los judíos I by Simon Schama

autor:Simon Schama [Schama, Simon]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 2013-01-01T00:00:00+00:00


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Entre los creyentes

I. MAHOMA Y LOS COHEN DE ARABIA

En las bodegas de los barcos amarrados en el puerto de Yótabe podían verse jaulas de guepardos, leones y hasta de los rarísimos rinocerontes, junto con cofres llenos de mirra y nardo[184]. Al oeste se hallaba el extremo meridional de la península del Sinaí, y al este la costa septentrional de Arabia. La isla, en forma de tiburón (llamada actualmente Tirán), yacía justo en medio de los bajíos, cortando el paso a los navíos que se dirigieran al norte desde el mar Rojo o en dirección sur desde el golfo de Aila (hoy día Aqaba). Todos estos factores hacían de Yótabe el lugar ideal para el cobro de aranceles y peajes aduaneros, y el historiador Procopio de Cesarea nos dice que los judíos que vivían allí llevaban generaciones haciendo precisamente eso. Exceptuando los pocos cristianos que habitaban en ella, Yótabe era una isla judía, cuya población se creía que se había establecido en ella tras la destrucción de Jerusalén por los romanos, pero como los hebreos llevaban saltando de isla en isla desde antes del siglo I e. c., su presencia en Yótabe, tan estratégica desde el punto de vista comercial, probablemente datara de mucho antes. El adelanto de dinero resultaba muy convincente, sobre todo para los imperios demasiado extensos territorialmente, de modo que los judíos de Yótabe tenían entre manos un negocio de lo más lucrativo, consistente en adelantar dinero en metálico a cambio del derecho a recaudarlo y en sacar provecho de todo lo que cayera en sus manos a cambio del desembolso efectuado previamente. Semejante componenda resultaba conveniente para cualquier fisco que pudiera beneficiarse de ella, y bastó desde luego para que el Imperio bizantino concediera a Yótabe el rango de microestado autónomo; una república comercial en miniatura, de apenas ochenta kilómetros cuadrados de extensión, habitada por judíos.

Es decir, hasta mediados del siglo VI, cuando el arrogante emperador Justiniano, con su ilusoria obsesión por reconstruir la integridad del Imperio romano cristiano, decidió poner fin a la libertad de la isla. La desgracia era previsible. Justiniano no estaba dispuesto a ceder el control estratégico del estrecho a ningún colectivo que no estuviera plenamente comprometido con las guerras que llevaban tanto tiempo librándose contra los persas, y los judíos de la frontera eran bien conocidos por su habilidad para nadar y guardar la ropa. Pero, incluso después de verse sometidos a la condición de súbditos, los judíos de Yótabe siguieron a lo suyo, recaudando aranceles y supervisando los cargamentos de fieras salvajes destinadas a los últimos espectáculos de cacería (declarados ya oficialmente ilegales), las venationes, organizados por las languidecientes aristocracias de Roma y Bizancio, hartas de ver simplemente osos y jabalíes descuartizados en sus circos privados. Aparte de los grandes felinos y los elefantes, también pasaban por las aduanas de Yótabe las riquezas de Arabia, muy lucrativas todas ellas: el almizcle; el olíbano, utilizado como incienso tanto por los cristianos como por los judíos y paganos; los aceites y resinas perfumados;



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